Por cuestiones personales me tocó pegarme un viaje a un mall santiaguino donde se supone que todas las cosas son más cara y el lujo es una necesidad para los habitantes de ese lugar.
Al cumplir con lo prometido (uno de tantos favores), me senté un poco a reflexionar el porque me había sometido nuevamente a esos manjares. Deliciosas sensaciones con un nombre del cual no les voy a hablar.
La cuestión es que sentado, fumando un cigarro y provocando a los guardias que me observaban como queriendo recordarme que los parlamentarios ya habían dado curso a la ley sobre el tabaco, me quede observando a un grupo de muchachos que llevaban puesta una polera, remera o como se diga que tenía impreso el slogan “Colecta nacional, para los niños con cáncer”.
La suspicacia propia de un periodista que se está curtiendo en esas ligas me dijo que era imposible el creerles a esos niños lindos, rubios y buenos mozos y que la gente no les iba a dar ningun mísero peso, para caridad.
Y no me equivoqué. De la hora y cuarto que me vi envuelto en ese recorrido lleno de favores, provocaciones y sabores, la cuestión es que nadie de los que entraron y salieron de esas puertas que se abren como sabiendo que cada uno de los que entraban y salían eran poseedores de una chequera abultada y sin problemas.
Nadie fue capaz de sacar míseros cien pesos y echarlos en los recipientes. Tuvo que ser un pequeño de no más de seis años que insistentemente le dijo a su rubia y esbelta madre que cooperara porque “era para los niños enfermitos”.
Curiosos es darse cuenta que los que más tienen, gastan sus dibujos en papeles que están rayados. Sus Mercedes Bens, los esperaban en los estacionamientos. Sus paladares degustaron helados de seis lucas. Y los niños con cáncer, esperaban una moneda para seguir respirando.
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